- ¿Qué nos trajo la invasión a Ucrania? Hambruna y crisis económica.
- Taiwán, llave de la hegemonía mundial
- Vientos de Guerra: ¿Qué hacer con la Guardia Nacional?
Prospectiva
La semana pasada realizamos un amplio recorrido histórico sobre la relación entre China Continental y Taiwán, y de la que la nación asiática sostiene con los Estados Unidos a partir de la aceptación del principio “una sola China”, que por cuatro décadas ha marcado el rumbo de una correlación de fuerzas caracterizada por la tensión. Tensión que ha ido escalando por la narrativa de Joe Biden, hasta llegar al punto más alto luego de la visita de la demócrata Nancy Pelosi a Taipéi, la que ha provocado reacciones preocupantes, diríamos inmoderadas de parte del gobierno chino que ha aprovechado la ocasión para mostrar, no sólo su disgusto, además, su innegociable postura ante cualquier intención de la isla de transitar por un camino independentista.
Ahora está más claro que la decisión de la líder de la Cámara de Representantes de incluir en su itinerario de viaje a Asía a la antigua Formosa, no contó con el consenso del presidente Joe Biden, ni el de su grupo de asesores en seguridad nacional y en política exterior. El viaje de la señora Pelosi, se quejanabiertamente los segundos, “echó por tierra negociaciones que por meses se habían realizado con la finalidad de construir una relación más amigable con el gobierno chino”.
Esta hipótesis se desvanece cuando observamos que el actual mandatario estadounidense, en el mismo tono que su antecesor, al que tanto criticó, ha construido una narrativa de confrontación y de amenazas que Pekín ha bateado una y otra vez, en su afán de mostrar y demostrar su abierta oposición a los comportamientos hegemónicos de una nación que ya no es la misma que se entronizó a la caída del Muro de Berlín y la desintegración de su antagonista principal por más de cuatro décadas: la URSS.
China fue advertida de no apoyar a Rusia en sus afanes expansionistas y de control de Europa Oriental. La invasión a Ucrania, sumada a la de Crimea, en 2008, han sido dos signos inequívocos de que Vladimir Putin está dispuesto a todo con tal de recuperar una poco del protagonismo perdido en 1991,y de retomar el control de una zona que antes de la desintegración era su área de influencia, ante el afánde la OTAN, liderada por Washington, de sumar más asociados a su organización, especialmente Ucrania, pero a raíz de su invasión, de Finlandia y Suecia.
Es verdad que China apoyó el plan ruso; se lo manifestó Xi Jinping a Vladimir Putin durante su visita previa a la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno realizados a finales de enero y principios de febrero en la ciudad amurallada. El presidente ruso respeto el acuerdo, espero hasta la última semana de febrero para iniciar su ataque a Ucrania.
El acuerdo se cumplió sí, en cuanto a los tiempos, pero lo que no se hizo fue cumplir con un guion que marcaba una invasión rápida que se ha dilatado casi medio año. Se anticipaba la reacción de Occidente, las sanciones y el apoyo a la nación invadida, pero no que el ejército ucraniano defendiera con tanta gallardía su territorio, eso y los graves errores militares del ejército ruso que actuó con una mezcla mortal: soberbia e ineficiencia militar, explican la dilación que, sin duda, ha tenido daños colaterales de gran envergadura.
Lo que la guerra en Ucrania nos trajo: hambruna y crisis energética
A casi medio año de iniciado el conflicto, como bien lo anticipó el presidente de los Estados Unidos, no se ve el fin de este. Casi seis meses han bastado para que crisis económica con génesis en la pandemia a causa de la Covid-19, haya escalado merced al colapso de las cadenas productivas, a la disonancia entre la oferta y la demanda que ha provocado una inflación galopante de la que ningún país del planeta ha podido salvarse.
¿Cómo ha afectado esto a China? La nación asiática ha procurado mantener su ritmo de producción, sin embargo, ha sido imposible por el cierre de la economía mundial, por el colapso de las rutas de suministros y de las cadenas de producción que en esa nación se han recuperado hace varios meses, pero que se enfrentan a bloqueos impuestos por Estados Unidos que, en su afán de impedir el avance de su gran competidor, está enfocando sus baterías en fortalecer la producción interna gracias a iniciativas que por fin han logrado transitar la aduanas legislativas merced a su mayoría (todavía) en la Cámara de Representantes, liderada precisamente por la señora Pelosi, que seguirá siendo aliada aunque cometa los excesos ya señalados.
También en el senado de la República, mediante el voto de calidad de la vicepresidente Kamala Harris, se logró la aprobación, 51-49, de una iniciativa destinada a frenar los efectos del cambio climático y que, además, autoriza subsidiar con miles millones de dólares a empresas productoras de los semiconductores que se requieren para reactivar la economía, con la clara intención de frenar a su gran competidora. Vale recordar que Bernie Sanders, paradigmático senador demócrata, y supuesto aliado de Biden, votó en contra de esa iniciativa al considerar inmoral entregarle tantos recursos a quienes se han hecho más ricos por el desabasto de estos semiconductores.
Por cierto, la semana pasada se realizó en México un importante foro en el que se resaltó la enorme ventana de oportunidad que significa para nuestro país entrar de lleno a la producción de esos semiconductores y, al tiempo, transitar a la producción de automóviles híbridos y eléctricos, y a la fabricación, en el menor tiempo posible, de baterías de litio. Ya se está conformando la empresa del Estado que se hará cargo de cumplir con la ley que nacionalizó este metal que, sin duda, será el motor de la economía mundial desde ya.
China, por cierto, acaba de hacer público su avance en esos dos terrenos: producción de semiconductores y baterías de litio, por un lado, y del otro, la producción de automóviles eléctricos. Tiene ya el liderazgo en la producción de camiones.
Debido a lo anterior considero que la mesa de negociación para tratar las controversias de Estados Unidos y Canadá, en materia energética, llegarán a un buen acuerdo, quizá con costos monetarios para nuestro país, pero el T-MEC seguirá vivito y coleando. El cuento del lobo (por allí viene China) no es una falacia. El gigante de Asia está tocando a la puerta. Los socios del T-MEC, los tres, deben ponerse las pilas, de litio si es posible, si en realidad quieren parar el avance de la “ruta de la seda”, exitoso proyecto chino que ya le permite tener el control de zonas estratégicas de Europa, América Latina y de África, continente al que no le han hecho el feo y han visto su gran potencial.
Taiwán: clave de la hegemonía mundial
Quizá los amables lectores de Prospectiva se pregunten porque le dedicamos tanto espacio al tema de la relación sino estadounidense. ¿Qué repercusiones puede tener para el resto del mundo y en particular para México? La semana pasada señalé que la narrativa que ha construido el presidente Andrés Manuel López Obrador en su relación con los Estados Unidos está fundada en una visión del escenario geopolítico.
El tabasqueño, es un conocedor profundo de la historia, aunque sus opositores lo niegan de manera recurrente; creo que él percibe que el escenario mundial huele a cambio, a una vuelta a la página en el orden internacional. No es una simple fanfarronada del mandatario ruso cuando dice que habrá un nuevo orden mundial. La crisis de Ucrania significa un antes y un después en el concierto internacional que ha pervivido desde 1991 a la fecha.
Joe Biden intentó, a diferencia de su antecesor construir, tras bambalinas, un marco de negociación que permita trazar una ruta que distendiera muchas de las controversias que se tienen con China originadas por el propósito de la poderosa nación asiática de concretar su hegemonía en su zona, desplazando a Japón que había ejercido ese papel durante los cuarenta últimos años del siglo pasado, con la anuencia y apoyo de los Estados Unidos. Washingtonle permitió a los nipones darle la vuelta a muchas de las limitaciones impuestas en los acuerdos de paz.
Hoy, Japón ya puede tener ejército y producir armas controladas; le dado la vuelta a la rosca que los limitó por más de seis décadas. ¿A qué se deben estos cambios en la política norteamericana? A que necesitan a un aliado bien acondicionado militarmente para lo que parece inminente: un conflicto militar en esa región.
En el inicio del nuevo siglo, China rebasó por la izquierda a los nipones, a tal grado que hace dos años logró conformar una alianza comercial con 14 piases de la región, incluidos el propio Japón, Corea del Sur y Australia. Un Acuerdo de Libre Comercio que en último momento abandonó la India, clara de que participar en el significaba apuntalar la hegemonía china en la región a lo que no estuvo dispuesta la única nación de esa esa zona capaz de darle pelea comercial a su vecina con la que ha tenido históricos conflictos limítrofes y militares y, ahora, comerciales.
Javier Borrás (“El País”. 8/8/2022) nos regala un análisis muy rico y claro acerca de este tema. Para él, Taiwán es la llave de la hegemonía mundial. Señala: “En la pugna en torno a la isla entre Pekín y Washington, el Partido Comunista chino se juega mucho más que el gobierno estadounidense. La reunificación del país es un objetivo irrenunciable.”
En su artículo, el autor del libro “China rojo y gris”(Editorial Analfabeto), nos recuerda que en 1950 las tropas de Mao Zedong estaban preparadas para invadir Taiwán, el último territorio controlado por Chiang Kai-shek, protegido de los EU. Ese proyecto tuvo que ser abortado porque Stalin decidió invadir Corea del Sur. El líder soviético pidió a Mao mover sus tropas hacia la frontera sino-coreana. Esta marcha atrás permitió que Taiwán se consolidara como bastión estadounidense con la mira puesta (Doctrina Truman) en derrocar a Mao y poner fin “a la aventura comunista”.
Lo paradójico es que mientras Washington quería que la Isla se convirtiera en el punto de tensión más importante con China, los ciudadanos de Taiwán decidieron, en los años noventa, rechazar el autoritarismo comunista pero también el “proestadounidense”, que había dominado la isla durante décadas, “y fundar su propia democracia”.
Javier Borrás nos aporta un dato que resulta muy importante para poder comprender esta dicotomía entre la China Comunista y Taiwán. “La Isla era ya, para finales del siglo pasado, un ejemplo de modernización imitado tanto por los dirigentes del Partido Comunista como por los jóvenes chinos. La economía y la sociedad de China continental y la de Taiwán se iban pareciendo cada vez más.”
¿Por qué esta convergencia terminó inacabada en el plano político? “Ni Taiwán se volvió comunista, ni China continental democrática. Los taiwaneses empezaron a entender su identidad desde esta diferencia política y no de una historia nacional-cultural común.” Se aceptó, diría yo, que eran iguales, pero diferentes. Hoy en día esas diferencias parecen irreversibles. Se equivocan los que piensan que es un tema similar al de la recuperación de Hong Kong.
Lo real de la visita de Nancy Pelosi, por eso creo que la hizo con el aval presidencial, es decirle a Pekín, “no vamos a abandonar a la Isla, sin importar las consecuencias”. EU tiene como objetivo central contener la hegemonía china en la zona y, de pasadita, del mundo. Del lado contrario, Xi Jinpingtiene la vista puesta en la próxima celebración del Congreso de su Partido en el que quiere ser reelegido por tercera ocasión algo que no lograron sus dos antecesores: Mao Zedong y Deng Xioping.
Son duda, sería dar un paso hacia atrás en su propósito de reelección no impedir el avance de los afanes independentistas de la Isla, apoyados abiertamente por Washington, primero; segundo, mostrar flaqueza ante el mandato de su propio partido de unificar a Taiwán, “la llave de la hegemonía mundial”, desplazando a los Estados Unidos de ese sitio ocupado desde 1945 y, de manera más amplia a partir de 1991. En lo anterior radica la importancia de este tema queridos lectores.
Vientos de Guerra: ¿Qué hacer con la Guardia Nacional
Algunos medios internacionales, las oposiciones en México y sus corifeos en los medios de comunicación que les son leales, señalan que López Obrador ha traicionado su compromiso, establecido en la Constitución, de que la Guardia Nacional tendría siempre un mando civil. Expertos señalan su preocupación por “la muerte civil de la corporación” si se concreta la propuesta del presidente de la República, que está consciente de que una reforma constitucional no pasará la aduana legislativa como ya ocurrió con su propuesta de reforma eléctrica que transitó a una ley secundaria. Ese mismo camino seguirá esta propuesta de poner bajo el mando de la SEDENA a la GN.
¿Es inconstitucional? El mandatario pondrá en la cancha de la Suprema Corte esa decisión. Las oposiciones, lejos de proponer una alternativa, claros de que Fox, Calderón y Peña Nieto militarizaron la lucha contra la delincuencia sin un soporte jurídico, anuncia impugnaciones para que la guardia no dependa del Ejército. En lo personal, no estoy de acuerdo con esta decisión presidencial, pero acepto que, al menos, es una propuesta frente a un escenario que ya nos rebasó.
En los últimos días hemos visto una ola creciente y preocupante de acciones de estos grupos delincuenciales en muchas entidades federativas. Los opuestos al gobierno dicen que estas acciones son impulsadas por López Obrador para generar un escenario que haga necesaria su propuesta. Me parece uno más de los excesos de las oposiciones incapaces de construir un discurso propositivo. ¿Por qué no pensar que esta ola de violencia tiene como propósito manifestar la oposición de los grupos delincuenciales a que se militarice la Guardia Nacional?
El siempre inteligente en sus análisis, Jorge Zepeda Patterson (“Militarización: razones y sinrazones de López Obrador”, Milenio Diario. 12/08/22), señala que ante las estrategias de sus adversarios de bloquear sus proyectos bandera: refinería y tren maya, este acto considerado por el tabasqueño como “un uso faccioso de las leyes y de los tribunales para detener los cambios, él está moralmente habilitado para recurrir a vías legales paralelas con tal de hacerlos posible.”
Zepeda establece en su artículo que el fondo de la militarización de la GN significa contar con 400 mil elementos, entre Ejército y Marina cuya responsabilidad sería enfrentar a grupos delincuenciales que han escalado no sólo sus argumentos de combate, también sus área de actuación que ya no tienen como eje central la venta de drogas, también la trata de personas, el secuestro, la extrusión, el movimiento de migrantes, el cobro de derecho de piso y una evidente intromisión en negocios comerciales que ha permitido el control de producción y venta de mercancías.
Frente a este escenario, el analista señala que “habrá de dejarnos de hipocresías y asumir que justamente es lo que han hecho los tres últimos presidentes sin reconocerlo y abiertamente”. Para él ha llegado el momento “de ser realistas y racionalizar lo que de manera arbitraria se ha venido haciendo”. Por lo anterior, para Zepeda la intención del presidente “no es descabellada.”
Considero que ha llegado el momento de construir un gran acuerdo nacional que haga a un lado las disonancias, la confrontación y la incapacidad, de ambas partes, de sentarse a dialogar, de negarse los opositores a revisar las propuestas y debatirlas con civilidad. La inseguridad es hoy el más grave problema que tiene el país, ya demasiado afectado por los efectos de la pandemia, en la salud y en la economía; por los daños que la guerra en Europa Oriental ha generado, entre ellos la hiperinflación y el inminente riesgo de una recesión económica.
Concluyo esta Prospectiva con el planteamiento de Zepeda Patterson: “Recurrir a las Fuerzas Armadas para atender el problema de la inseguridad, y hacerlo de manera legal y con una normatividad clara, puede ser entendido de dos maneras: una, revestir de civilidad a los militares; la otra sería en sentido inverso, militarizar a las fuerzas civiles. Esta última es la que ha escogido el presidente, y los riesgos están a la vista.”
Si hay riesgos, coincido, pero lo peor es la parsimonia que ha mostrado el gobierno y la incapacidad de las oposiciones de construir un discurso creativo y abandonar la narrativa cotidiana de criticar todo sin aportar nada. Ya no importa si eso tendrá efecto en el 2024, porque hoy es momento de preguntarnos si un Estado fallido puede garantizar, con el INE actual o con otra estructura, elecciones democráticas y sin la abierta y creciente intromisión de la delincuencia organizada.