Por: Adrian Arévalo
Ayer, la Secretaría del Trabajo dio su bendición formal a Ricardo Aldana, líder de los trabajadores petroleros y sucesor del infame Carlos Romero Deschamps. Sí, así, con la bendición oficial conocida como la “toma de nota”, el gobierno de Claudia Sheinbaum, a través de la Secretaría del Trabajo de Marath Bolaños, avala la elección de un hombre que, es la imagen viva de la continuidad de un sistema sindical corrupto, opaco y apalancado en el abuso de poder.
Para entender quién es Aldana, hay que empezar por su doble salario en Pemex. Según la Plataforma Nómina Transparente de la Secretaría de la Función Pública, este líder sindical percibe dos sueldos idénticos por hacer el mismo trabajo en el mismo puesto y la misma área de Pemex. Un ingreso mensual de 51 mil 483 pesos como jefe de área en Pemex Logística, junto a un segundo ingreso de 65 mil 043 pesos por la misma función, sumando un total de 116 mil 526 pesos. Casi la cifra que ganaba el ex presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué? Nadie parece estar dispuesto a responder. Al menos no Pemex, que se comprometió a aclararlo ante la opinión pública, pero hasta el momento no ha dicho ni una palabra.
Las irregularidades no terminan ahí. En su declaración patrimonial, Aldana reporta ingresos adicionales por prestaciones de hasta 96 mil pesos y, en 2022, informó la recepción de una herencia de más de siete millones de pesos. De transparencia, nada. De ética sindical, mucho menos. Este hombre, recordemos, lleva décadas en las entrañas del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), donde ocupó la tesorería bajo el manto de Romero Deschamps, hoy fallecido pero siempre recordado como símbolo de corrupción sindical.
Y para aquellos que piensen que todo esto es simplemente una cuestión de “peces gordos” operando entre ellos, deben saber que no son pocos los trabajadores y candidatos sindicales que han denunciado una elección plagada de irregularidades. Cristina Alonso García, quien disputó a Aldana el puesto de Secretario General, interpuso una inconformidad ante el Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral, alegando que el proceso electoral fue antidemocrático, una manipulación de los recursos y una puesta en escena para mantener a Aldana en el poder.
Las irregularidades denunciadas incluyen alteraciones al padrón electoral, amenazas de represalias laborales para quienes osaron cuestionar la candidatura de Aldana, y el descarado uso de recursos sindicales para favorecerlo. Alonso y muchos otros señalan que trabajadores que no debían estar en el padrón aparecieron misteriosamente en la lista de votantes, mientras que otros, con derechos de voto legítimos, fueron excluidos sin explicación. Como si esto fuera poco, muchos reportaron haber sido presionados para votar por Aldana, bajo la amenaza de consecuencias en sus empleos. Un tipo de democracia sindical digna de los tiempos más oscuros del sindicalismo en México.
Lastimosamente, como podemos ver, no sirvió para nada.
Lo más grave, sin embargo, es el silencio y la complicidad del gobierno en turno. Marath Bolaños y la Secretaría del Trabajo han cerrado filas para proteger a un líder sindical cuyas credenciales democráticas están, como mínimo, en entredicho. Lo que se suponía un proceso transparente e imparcial fue opacado por el secretismo en el conteo de votos, la intimidación de trabajadores y una ausencia total de controles.
¿Dónde queda la promesa de la presidenta Claudia Sheinbaum de limpiar el sindicalismo y dar una voz legítima a los trabajadores? En las sombras de una toma de nota otorgada a un líder sindical cuya legitimidad es cuestionable desde el principio. Aldana es más que un sucesor de Deschamps; es el emblema de un sistema sindical corrupto que ha sobrevivido a administraciones, a leyes, y hasta a una reforma laboral que se jacta de ser progresista. La toma de nota de Aldana no es más que un insulto a los trabajadores y a la democracia que el gobierno proclama defender.
Así es como, con la firma de la Secretaría del Trabajo, Ricardo Aldana se perpetúa como el gran capataz del sindicalismo petrolero, amparado por un gobierno que clama por justicia pero que, a la hora de los hechos, cierra filas con los mismos de siempre. La toma de nota no es más que un teatro oscuro en el que Marath Bolaños y Claudia Sheinbaum reparten papeles para encubrir un sistema podrido, asegurándose de que el espectáculo continúe sin cambios de fondo.
Este no es un triunfo de la democracia; es una puñalada al corazón de cada trabajador que alguna vez creyó en la justicia sindical. Hoy, los petroleros no tienen un líder, tienen a un recaudador de prebendas, un actor disfrazado de defensor sindical, que seguirá drenando las arcas de Pemex mientras se recuesta cómodamente en su doble sueldo y su montaña de prestaciones. Esta elección no solo es un fraude para los trabajadores, es un tributo a la impunidad y un recordatorio de que, en México, los fantasmas de la corrupción nunca mueren, solo cambian de nombre y de oficina.
La democracia sindical en México acaba de recibir otro clavo en su ataúd. Y con él, el país se queda con una amarga certeza: las promesas de transformación y limpieza no han hecho más que maquillar las cicatrices del viejo régimen. Si este es el nuevo sindicalismo, mejor hubieran dejado a los mismos de siempre.
La del estribo
“Los líderes charros son el rostro de la corrupción sindical: se aferran al poder, no para servir a los trabajadores, sino para servirse de ellos.”